martes, 7 de febrero de 2012

CASI TOTALMENTE DE ACUERDO...


 Si tuviera que enseñarle a alguien que no hubiera seguido la evolución musical de éste planeta tierra desde octubre del año 1962, cuál es la esencia del pop, seguramente sacaría de su funda el “No me digas que me dejas” de Melodrama. Y creo que no haría falta decirle ni una palabra para que juzgara perfectamente la melodía delicadamente envolvente, lo compacto de la instrumentación, la falta de pretensiones conceptuales, la gracia en la ejecución de los coros y cierta inocencia. Y lo bueno, es que a los artífices de tal artefacto los tenía como quien dice al lado, en el Poble Nou, un barrio suburbial y obrero de Barcelona, entonces lleno de fábricas, almacenes y campos y hoy destrozado por la Vila Olímpica.

Allí los hermanos Olivé (Dionis y Toni) en un lejano 1977 deciden formar un grupo para dar salida a las canciones que el primero componía en momentos de escaqueo laboral. Fíjense: 1977, ni siquiera se había oído hablar aquí de nueva ola, ni de grupos de Madrid –se estaba formando por entonces Kaka de Luxe- y el ambiente musical de Barcelona se componía de un 60% de rock layetano y salsitas, un 30% de cantautores y folk y un 10% de los nuevos aires punk que llegaban del Reino Unido. Sin embargo sus canciones tendían más a recuperar melodías por las que nadie daba un duro entonces, tiempos grandilocuentes: Beatles, Kinks, Simon & Garfunkel estaban en el hatillo de dónde sacaba Dionís sus melodías.

Tiempos de efervescencia y de actitud. La suya tenía más que ver con la nostalgia y la derrota que con nada de lo que se estaba haciendo entonces. Unas palabras de Ignacio Julià pueden precisar cómo era el grupo en sus comienzos y notará el lector que este mismo espíritu es el que se refleja en los escasos singles que llegaron a grabar: “Sus canciones eran originales destellos de pop poderoso: divertidas, ingenuas, pero irónicas. Se reían de los punks, del rock vicioso y de las mujeres. Recreaban una y otra vez el ambiente dominguero y pesimista de los guateques quinceañeros. Su punto de vista era el de los perdedores, los chicos tímidos con los que ninguna chica quería bailar.

Sus actuaciones tenían fuerza y gracia, salían vestidos de uniforme en la más pura tradición pop y se comportaban en escena como un grupo millonario y famoso de mansión con piscina en Beverly Hills. El año 78 se lo pasan actuando en locales de Barcelona: el Orquidea, el Doble Zero, actuaciones escasas y minoritarias pero que por lo menos le sirvieron para que un promotor de la época –Manel Valls- los contrate para programarlos cada jueves en el Salón Cibeles. Y aquí entra en acción el afamado y nunca bien ponderado Jaume Sisa. Éste acababa de despedir al grupo con el que pensaba grabar “La magia de l’Estudiant” y se pasa un año entero intentando formar un conjunto de acompañamiento compuesto exclusivamente por mujeres, ante la imposibilidad de encontrar baterias y guitarras. 
Y de pronto, en esta tesitura se topa con Melodrama. Uno de esos jueves del Cibeles Sisa acude a ver al grupo e inmediatamente se queda prendado de ellos, tanto que les propone no sólo grabar en sus discos sino también que sean su banda de acompañamiento. Pero ¿quiénes son Melodrama en este momento? Pues un grupo muy numeroso de gente: los hermanos Olivé –Dionís a la guitarra y Toni a las voces-, Eduardo Laguillo al bajo, un batería llamado Jerónimo Martínez, Carlos Collazos también a las voces y Joan Navarro al piano. Joan Navarro, por cierto, es el punto de conexión con la inteligencia periodística y comiquera de Barcelona. No olvidemos que fue por esos años director de la revista Cairo y que en uno de los Salones del Cómic, que también dirigió unos años, fue donde se distribuyó el segundo LP de Melodrama.

Hoy en dia éste es uno de los discos más difíciles de encontrar de todo el panorama de coleccionismo español. Pero volvamos a Sisa. Durante todo el 79 se embarca en una gira para presentar "La Màgia de l’estudiant" con el grupo acompañándolo. Discurren los bolos por toda España y la asociación logra críticas muy halagadoras, sobre todo en Madrid. A finales de verano ya piensan en grabar de nuevo un LP y deciden que sea en directo. No llega a ser totalmente así, sino que es grabado en una fiesta-ensayo, una especie de reunión privada de amigos que le dan color íntimo al vinilo. El disco aparece en noviembre de este mismo año con el sobrio título de "Sisa & Melodrama" y es una verdadera delicia. 

Se compone de versiones de canciones antiguas – entre las que destacan “El fill del mestre”, perfectamente interpretada, o un “Sisa comiendo pollo” con unos celestiales coros al final y dos nuevas, que aunque vienen firmadas por Sisa un oido atento adivina enseguida la mano de los Melodrama en ciertos dejes y en la resolución de las melodías. La primera se llama “Imatges de juliol”, una perfecta canción de verano (que no del verano) en la que a ritmo de ska lento se van desgranado imagénes de hedonismo estival, flashes de caminos costeros en los que se alían paisajes entrevistos con conversaciones políglotas. Es el tipo de canción en el que el Sisa se muestra casi surrealista.

La segunda es “No em portis maletes” y presenta al Sisa más introspectivo. Se trata de una exploración existencial a la manera del cantautor galáctico en la que la banalidad se muestra de la mano con el afán de escapar y con la recreación de un mundo propio que es el único respiro contra la bofetada vulgar de la realidad. Desde luego, sólo a un necio se le ocurriría protestar si digo que este es uno de los mejores discos de nueva ola del país. Y es que en el cambalache ambos salen ganando: el grupo se foguea y añade a la ironía un deje camp que les sienta muy bien –me da en la nariz que las alusiones a realidades kitsch de “No me digas que me dejas” no hubieran sido posibles sin el Sisa- y el cantautor tiene a su disposición un excelente grupo y unas almas casi gemelas para dar rienda suelta a su imaginación.

Pero como todo se acaba en octubre de 1980 deviene la separación de Sisa y Melodrama al acabar el contrato y lo primero que hace el grupo es regularizar sus componentes: siguen los dos hermanos junto con Eduardo Laguillo y entran Pepe López Jara y Jordi Ulibarri, bajo y batería respectivamente y que provienen de grupos de tono jazz y sinfónico. Y las cosas parece que siguen viento en popa, Edigsa confía en ellos y les graba una maqueta con la pretensión de sacar de ella un LP –incluso se habla de sacar dos discos a la vez, uno en catalán y otro en castellano- y se preocupa más por ofrecer unos arreglos y una producción coherentes. Como anticipo de todo ello sale a la luz un single con la ya citada “No me digas que me dejas” y “Tu, yo y el Tibidabo” en la cara B. 

Aparecen en la portada pensativos y uniformados, con chalecos y corbatas, lo cual ya daba una idea del tipo de música que íbamos a encontrar dentro. En la contraportada una bonita silueta del skyline barcelonés ofrecía contrapunto gráfico a la letra de la segunda canción. Segunda por su disposición en el disco, no por menor. Lo cierto es que “Tú, yo y el Tibidabo” es una perfecta historia sentimental de temblores y temores adolescentes. El despertar con rastros de la persona amada y la creencia en la perfección del mundo se resuelven con el desengaño del sueño, pero no hay melodrama aquí, sólo una aceptación amable del desastre. Incluso saben utilizar como nunca nadie ha hecho en el pop nacional el lenguaje de la calle, un registro familiar que le da un tono de autenticidad a la canción. 

El protagonista, que sale a comprar croissants para agasajar a la chica que deja dormida en casa, se da cuenta de que es un sueño cuando no distingue la silueta del Tibidabo. No me digan que no es humor del fino. Todo iba bien, pero las cosas se empiezan a torcer. El single no funciona lo que se esperaba y cuando están a punto de grabar el LP, Dionís rompe el grupo, o se separa, que viene a ser lo mismo. Se trata del problema de siempre: compañías que no saben lo que se tienen entre manos, grupos que se desaniman, un público que no comprende ninguna propuesta que se salga de lo que le han enseñado. Sin embargo, la historia no ha acabado, afortunadamente todavía guarda algún fleco brillante. Pepe, Jordi y Eduardo siguen creyendo en el pop y continúan con un renovado grupo que a la postre resultó ser efímero. 

Se hacen llamar Unidad Móvil, trio ya, que incluso consigue engatusar a Edigsa para que les grabe un single. Y ese single son palabras mayores, amigos. En la cara A aparece una de las mejores canciones que nunca se han grabado en este país: “Todo ha sido un juego”, una canción de derrota, de esperanzas frustradas, que va más allá del llanto y de la desesperación y que desde luego es una de las canciones de la época que mejor ha aguantado el paso del tiempo y demuestra que eso que llaman tristi pop no es nuevo. La estructura circular de la letra y la melodía envolvente de la guitarra inciden en la herida de una convivencia deprimente y la imaginación se descubre en ella también ineficaz como salvación. Y en la cara B un bonito ska, muy de ese tiempo, que se llama “La chica del vespino”. 

Incluso llegan a hacer una aclamada actuación en Rockola. Como siempre, quedó todo en agua de borrajas, el blablablá de siempre, un público que no responde, una compañía que se desentiende. Sin embargo, no acaba aquí la cosa. Dionís Olivé refunda unos Melodrama que han cambiado sus componentes y con la CBS aparece un single que alguien se empeño en destrozar. En principio la producción de Toni Ronald no parece ser la más adecuada para un grupo de visiones musicales diferentes, además no tuvo ningún tipo de promoción. A todo esto hay que sumar que Dionís Olivé pierde parte de su inspiración, sí, son canciones correctísimas como la cara A, “Sabor a tutti frutti”, que comenta nostálgica una historia de lejanos amores adolescentes, pero ya no hay en ella ni por asomo esa vena ácida que hacía vivas las canciones.

La cara B “Me equivoco” no deja de ser una canción más de la época. Todavía podemos encontrar una canción más de esta su primera etapa. Se trata de un tema aparecido en un recopilatorio llamado “Barcelona, ciudad abierta”, una idea de un francés afincado en Barcelona, Patrick Boissel, activista pop con su grupo Lemo y su compañía de discos Wilde Recors. Pues ahí, entre grupos semi desconocidos y otros prácticamente olvidados aparece “Comiendo pan” de Melodrama. Y a partir de aquí, viene la segunda etapa, que es la de los LPs. Edigsa llega a grabarle uno sin gran interés, ya con el grupo desmembrado y totalmente en catalán llamado “L’exit truca a la porta”. Y, por fin, de forma callada, como vinieron, aparecen por última vez en los surcos de un vinilo. 

Se trata de uno de los Lps más buscado por los coleccionistas –y mejor pagado, claro- de los años 90. Aparece en 1992 en una compañía de Sant Cugat –Transdisc- y es una especie de “Grandes Éxitos” al revés, y se titula “Grandes Fracasos”. No es más que una recolección de canciones que habían ido desperdigando sobre todo en sus maquetas, y aunque es un buen disco se echa en falta la energía que habían demostrado diez años atrás. Sólo hay que comparar las dos versiones de “No me digas que me dejas”, si en el 80 era una canción interpretada con una energía especial, con esa mágia que yo no sé expresar de donde viene pero que te va envolviendo, en el 92 es una canción bonita sin más.

Algo más podemos encontrar, la estupenda odisea del oficinista con una doble vida –una letra que hubiesen firmado las Vainica Doble sin dudarlo- o la desesperación del hombre que ante la mujer de su vida presume de buena memoria y le declara que no necesita apuntar su teléfono, que siempre lo llevará en su memoria, lo grotesco es que se le olvida y se enfrenta a una inútil búqueda en la guía: ella se apellida Pérez López y hay más de mil. Como ven sarcasmo no falta, pero se echa en falta una producción más directa y más joven. Como miles de conjuntos no tuvieron suerte. Pudieron ser y fueron poco, las circunstancias no les dejaron. Pero a pesar de ello, no debemos desesperarnos, dejaron tres canciones inconmensurables y muchas otras muy buenas. Siguen siendo un refugio para esos momentos en que dudamos de la efectividad del pop.

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